El Pintor de las Sombras, publicado en Bubok
Ya se encuentra disponible en Bubok el libro que da nombre a este blog: El Pintor de las Sombras, con la intención de ser una reflexión más profunda sobre las relaciones entre arte, literatura y ciencia. Incluye un buen número de imágenes a color que ilustran todas las historias que se van contando.
Añado a continuación unos fragmentos de las dos partes en que se divide el libro.
Primera parte. Perspectiva
“Vivimos de una luz prestada: de esta manera lo explica la física; luz que nos ilumina, atravesando 150 millones de kilómetros de espacio oscuro, desde el Sol. La percepción que tenemos del fenómeno concuerda muy poco con este hecho. Para el ojo, el cielo es luminoso por propia virtud, y el Sol es sólo su objeto más brillante. De acuerdo con el Génesis, la creación de la luz se produjo el primer día, mientras que el Sol, la Luna y las estrellas no fueron creadas hasta el tercero”. Así nos explica el ensayista y psicólogo del arte Rudolf Arnheim la gran diferencia entre la apreciación psicológica de la luz y su realidad objetiva. La luz nos parece una cualidad intrínseca, inherente a los objetos. Sin embargo, no calibramos las importantes consecuencias que esconden experiencias aparentemente poco significativas, “como el juego de las hojas del arce con los rayos solares, o la delicada escala de claridad y sombra que define la redondez de una manzana”.
Siendo niño, un día descubrí que cierto caballero inglés había tenido la osadía de atrapar la luz del sol en un cristal. ¿Qué clase de brujo sería este hombre? Pues no contento con ello, una vez la tuvo en su poder, la desmembró, separándola en las partes que la componían. Llevó a cabo su atrevimiento en una habitación oscura, como evitando que alguien pudiese ver lo que hacía. De un delgado haz de luz blanca, surgían majestuosos los siete colores del arco iris. Su misterioso cristal era un prisma óptico. El presunto “brujo” era Isaac Newton.
Incluso un experimento como éste realizado por un físico, con unas conclusiones claras y que aparentemente no ofrece discusión, puede mostrar diversas caras según la percepción que tengamos de él. Yo, como niño curioso, me sentía orgulloso al haber descubierto la manera en que se formaba el arco iris, donde las gotas de lluvia hacían las veces de prismas ópticos, dispersando los colores. Sin embargo, el poeta John Keats dedicó toda serie de maldiciones y anatemas hacia quien había estropeado todo el encanto poético del arco multicolor, explicándolo de forma fría y desangelada.
En realidad, con el estudio de la descomposición de la luz, Newton no sólo no destruyó la poesía del arco iris, sino que abrió nuevos campos y posibilidades de percepción de la belleza. Al descubrir que cada color se dispersa en un ángulo muy preciso, resulta que no todos vemos el mismo arco iris. Personas situadas en lugares diferentes, ven arco iris diferentes. Cada uno de nosotros tiene su propio arco iris, distinto del que perciben los demás. Hasta Keats tenía su propio arco iris, único e irrepetible, con toda la potencialidad poética que pudiera destilar... pero él no lo sabía."
Segunda parte: un viaje en globo.
“Es cierto; la mancha negra empieza a extenderse sobre el sol. Todos parecen asustados; las vacas, los caballos, los carneros con los rabos levantados, corren por el campo mugiendo. Los perros aúllan. Las chinches creen que es de noche y salen de sus agujeros, con el objeto de picar a los que hallen a su alcance. El vicario llega en este momento con su carro de pepinos, se asusta, abandona el vehículo y se oculta debajo del puente; el caballo penetra en su patio, donde los cerdos se comen los pepinos. El empleado de las contribuciones, que había pernoctado en la casa vecina, sale en paños menores y grita con voz de trueno: «¡Sálvese quien pueda!».
De esta manera relata Anton Chéjov en su cuento Un hombre irascible, las reacciones de la gente de la época ante el eclipse solar ocurrido el 7 de agosto de 1887. Aunque entre todo ese jolgorio, un piloto novato de 53 años iba a tener su bautismo por las alturas a bordo de un enorme globo de hidrógeno, con la intención de estudiar desde el aire el citado eclipse. En su residencia de verano en Klin, una pequeña ciudad a 85 km al noroeste de Moscú, todo estaba preparado. A pesar de no tener ninguna experiencia como piloto de aeróstatos, insistió en realizar la ascensión en solitario. Temeridades de este tipo no eran extrañas en Dimitri Mendeléiev, que ya en el terreno de la química tuvo el atrevimiento de encontrar relaciones de parentesco entre los elementos existentes en la naturaleza, y clasificarlos en su célebre tabla periódica. Por si esto fuera poco, tuvo la osadía de dejar espacios en blanco en su tabla para ubicar elementos químicos aún por descubrir… sus colegas científicos no salían de su asombro.
Pero el vuelo de Mendeléiev salió bien. Elevó el globo hasta los 11500 pies (unos 3500 m) y allí, tras la barrera de nubes y después de orientar el aeróstato, realizó sus observaciones durante dos minutos del eclipse total, y descendió a tierra sin ningún percance. ¿Qué fue a buscar este hombre allá arriba, como un Ícaro en versión siberiana?"
Espero que os guste.
Añado a continuación unos fragmentos de las dos partes en que se divide el libro.
Primera parte. Perspectiva
“Vivimos de una luz prestada: de esta manera lo explica la física; luz que nos ilumina, atravesando 150 millones de kilómetros de espacio oscuro, desde el Sol. La percepción que tenemos del fenómeno concuerda muy poco con este hecho. Para el ojo, el cielo es luminoso por propia virtud, y el Sol es sólo su objeto más brillante. De acuerdo con el Génesis, la creación de la luz se produjo el primer día, mientras que el Sol, la Luna y las estrellas no fueron creadas hasta el tercero”. Así nos explica el ensayista y psicólogo del arte Rudolf Arnheim la gran diferencia entre la apreciación psicológica de la luz y su realidad objetiva. La luz nos parece una cualidad intrínseca, inherente a los objetos. Sin embargo, no calibramos las importantes consecuencias que esconden experiencias aparentemente poco significativas, “como el juego de las hojas del arce con los rayos solares, o la delicada escala de claridad y sombra que define la redondez de una manzana”.
Siendo niño, un día descubrí que cierto caballero inglés había tenido la osadía de atrapar la luz del sol en un cristal. ¿Qué clase de brujo sería este hombre? Pues no contento con ello, una vez la tuvo en su poder, la desmembró, separándola en las partes que la componían. Llevó a cabo su atrevimiento en una habitación oscura, como evitando que alguien pudiese ver lo que hacía. De un delgado haz de luz blanca, surgían majestuosos los siete colores del arco iris. Su misterioso cristal era un prisma óptico. El presunto “brujo” era Isaac Newton.
Incluso un experimento como éste realizado por un físico, con unas conclusiones claras y que aparentemente no ofrece discusión, puede mostrar diversas caras según la percepción que tengamos de él. Yo, como niño curioso, me sentía orgulloso al haber descubierto la manera en que se formaba el arco iris, donde las gotas de lluvia hacían las veces de prismas ópticos, dispersando los colores. Sin embargo, el poeta John Keats dedicó toda serie de maldiciones y anatemas hacia quien había estropeado todo el encanto poético del arco multicolor, explicándolo de forma fría y desangelada.
En realidad, con el estudio de la descomposición de la luz, Newton no sólo no destruyó la poesía del arco iris, sino que abrió nuevos campos y posibilidades de percepción de la belleza. Al descubrir que cada color se dispersa en un ángulo muy preciso, resulta que no todos vemos el mismo arco iris. Personas situadas en lugares diferentes, ven arco iris diferentes. Cada uno de nosotros tiene su propio arco iris, distinto del que perciben los demás. Hasta Keats tenía su propio arco iris, único e irrepetible, con toda la potencialidad poética que pudiera destilar... pero él no lo sabía."
Segunda parte: un viaje en globo.
“Es cierto; la mancha negra empieza a extenderse sobre el sol. Todos parecen asustados; las vacas, los caballos, los carneros con los rabos levantados, corren por el campo mugiendo. Los perros aúllan. Las chinches creen que es de noche y salen de sus agujeros, con el objeto de picar a los que hallen a su alcance. El vicario llega en este momento con su carro de pepinos, se asusta, abandona el vehículo y se oculta debajo del puente; el caballo penetra en su patio, donde los cerdos se comen los pepinos. El empleado de las contribuciones, que había pernoctado en la casa vecina, sale en paños menores y grita con voz de trueno: «¡Sálvese quien pueda!».
De esta manera relata Anton Chéjov en su cuento Un hombre irascible, las reacciones de la gente de la época ante el eclipse solar ocurrido el 7 de agosto de 1887. Aunque entre todo ese jolgorio, un piloto novato de 53 años iba a tener su bautismo por las alturas a bordo de un enorme globo de hidrógeno, con la intención de estudiar desde el aire el citado eclipse. En su residencia de verano en Klin, una pequeña ciudad a 85 km al noroeste de Moscú, todo estaba preparado. A pesar de no tener ninguna experiencia como piloto de aeróstatos, insistió en realizar la ascensión en solitario. Temeridades de este tipo no eran extrañas en Dimitri Mendeléiev, que ya en el terreno de la química tuvo el atrevimiento de encontrar relaciones de parentesco entre los elementos existentes en la naturaleza, y clasificarlos en su célebre tabla periódica. Por si esto fuera poco, tuvo la osadía de dejar espacios en blanco en su tabla para ubicar elementos químicos aún por descubrir… sus colegas científicos no salían de su asombro.
Pero el vuelo de Mendeléiev salió bien. Elevó el globo hasta los 11500 pies (unos 3500 m) y allí, tras la barrera de nubes y después de orientar el aeróstato, realizó sus observaciones durante dos minutos del eclipse total, y descendió a tierra sin ningún percance. ¿Qué fue a buscar este hombre allá arriba, como un Ícaro en versión siberiana?"
Espero que os guste.
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