Toma la brocha y pinta
La tía Polly ya no sabía qué hacer con el muchacho. Su enésima barrabasada le había colmado la paciencia así que a la hora de la cena, cuando su sobrino se disponía a sorber la primera cucharada de sopa, la tía Polly le interrumpió con voz de trueno: —¡Thomas Sawyer! ¿No pensarás que te ibas a librar de tu castigo? Mañana sábado pintarás la valla hasta dejarla blanca como mis sábanas. —¡Pero, tía Pol...! —¡No te atrevas a replicarme o pintarás también la valla del reverendo! —le espetó a Tom. Mientras se retiraba a la cocina, continuó murmurando entre dientes. —¡Habrase visto el atrevimiento! ¡Este condenado muchacho siempre consigue sacarme de mis casillas! A la mañana siguiente, mientras los demás chicos y chicas jugaban y se bañaban en el río, Tom se dirigió al cobertizo cabizbajo y resoplando. Allí estaban tras la rechinante puerta los instrumentos de tortura, el bote de yeso diluido en agua y una brocha de mango largo. Sin saber muy bien cómo, mientras salía a la calle con sus per