El demonio de la divulgación

A Antonio, por su empeño en mi búsqueda de la felicidad.


"Tú puedes y pienso que quieres. El conocimiento no da la felicidad pero acerca a la persona a ella. No dejes de intentarlo. Intenta ser feliz". 

Era 1 de junio de 1988. Faltaban pocos días para la finalización del curso escolar y de mi etapa en el instituto. Con mi título de Formación Profesional en Automoción bajo el brazo, me dispondría pronto a buscar empleo para contribuir a la economía familiar. Pero Antonio González León, mi profesor de Tecnología, me sugería otros planes. 

Ese día me sorprendió regalándome sus preciados tomos de cálculo infinitesimal, con los que estudió la carrera, con la dedicatoria con que comienza este relato. Trataba de ser lo más persuasivo posible para que mi formación no concluyera en ese aula que habíamos compartido y que intentara dar el salto a la universidad, algo que a priori no me había planteado.

Todo se fue gestando durante el último trimestre. Algunas charlas al terminar la clase, mientras mis compañeros salían en tropel a jugar al fútbol o al baloncesto, dieron paso a intercambiar escritos y artículos. En una ocasión me entregó fotocopiado uno del Scientific American sobre termodinámica que me llevé a casa. Me sentí a la vez fascinado y abrumado porque en mis primeras lecturas los conceptos de aquel artículo se me dibujaban como crípticos jeroglíficos. 

Poco a poco sentí la emoción y el orgullo de haber sido capaz de descifrar aquel texto que hablaba de un experimento mental denominado El demonio de Maxwell, una malévola criatura cuya principal misión era cargarse la segunda ley de la termodinámica ante tus narices. Al travieso duende se le puso de guardián en una puerta que comunicaba dos estancias herméticas llenas de gas en iguales condiciones de presión y temperatura.



Pero como si hubiese salido de una especie de Matrix del siglo XIX, este demonio tenía la capacidad de visualizar las moléculas de los gases y, ante el aburrimiento de la labor que le habían encomendado, decidió divertirse un poco con esas moléculas de gas que no paraban de moverse y rebotar contra las paredes aleatoriamente. Se planteó dejar pasar las moléculas más lentas a una de las estancias mientras franqueaba el acceso de las más rápidas a la otra estancia. Al poco tiempo, esta criba había separado la mayoría de las moléculas más pausadas en un lado y las más apresuradas en el otro. Esta vibración de las moléculas es la que determina el estado térmico del gas, de manera que aparentemente, sin haber aportado energía externa, había conseguido una diferencia de temperatura al separar un gas más frío de un gas más caliente.

Lo cierto es que mi profesor se salió con la suya. Este que os escribe acabó pisando la universidad aunque, sinceramente, cada día en que asistía pensaba que sería el último. El nivel académico de la Formación Profesional no era muy alto en la década de 1980, y no podía competir en conocimientos con mis compañeros que habían cursado bachillerato y COU. La física, la biología o la química se desplegaban ante mis ojos como ese artículo, fascinándome y abrumándome a la vez, deseando comprenderlas pero topándome con gran dificultad para lograrlo por mí mismo.

No sé si por terquedad o por recordar el empeño de Antonio, que se convirtió en mi demonio particular durante toda la carrera, finalmente pude concluir unos estudios de ingeniería, abriendo la puerta de las asignaturas por aprobar y pasándolas a la estancia de las superadas. Y a partir de aquí sí que pude sentirme con un bagaje más aceptable, con mejores herramientas para desentrañar los fascinantes aspectos de la ciencia con los que me encontraría de ahí en adelante.

Adopté al travieso diablillo y le cambié el disfraz. Con tesón y práctica conseguí que se transfigurara en metáfora o en analogía; en aventura y escenario; en poesía, en prosa y en imágenes para, en definitiva, reconocerme en él como narrador. Decidí iniciar mi camino como humilde intérprete para quienes, como me sucedió a mí, se sienten a la vez fascinados y abrumados con el lenguaje o los conceptos científicos. Para atrevernos a franquear la puerta a pesar de que la custodie nuestro propio demonio.

__________________________

Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVprimeravez.

Comentarios