Una fotografía en la oscuridad

“París, ciudad de la luz”, se decía a sí mismo Henri Becquerel mirando con resignación a un cielo que llevaba espesamente encapotado durante tres días. Mientras, en el cajón de su escritorio, unos trozos de pechblenda y una placa fotográfica esperaban el regreso de los rayos del sol para proseguir el experimento.


El descubrimiento de los rayos X había revolucionado la Física un año antes, y Henri Becquerel siguió la tradición de su abuelo y su padre: el estudio de compuestos fluorescentes. Becquerel pensaba que ambos fenómenos estaban relacionados, por lo que merecía la pena comprobar si estos compuestos eran capaces de producir rayos X. La elección del sulfato doble de uranilo y potasio para el experimento no fue una cuestión de azar. Su padre había comenzado a estudiar este mineral que mostraba un fantasmagórico brillo verde amarillento tras haberlo sometido a luz ultravioleta. El procedimiento de Becquerel era muy simple. Envolvía una placa fotográfica en cartulina negra para resguardarla de la luz, colocaba sobre la placa el material fluorescente y exponía el conjunto al sol durante varias horas. De este modo, la luz solar estimularía el material para emitir fluorescencia que impresionaría la placa fotográfica.

En efecto, al revelar la placa se mostraba claramente una impresión oscura que habrían producido los rayos X emitidos por el sulfato de uranilo. El 26 de febrero de 1896 se dispuso a repetir el experimento pero como el cielo permaneció nublado guardó mineral y placa en un cajón hasta el 1 de marzo, día en el que aunque el cielo seguía bastante gris, los expuso al sol como había hecho con anterioridad. Cuando reveló esta última placa, la sorpresa fue mayúscula. Esperaba encontrar una mancha más tenue a causa de las nubes que cubrían el sol; sin embargo, la huella que dejó en la placa fue la más intensa de todos los experimentos.


Primera placa fotográfica obtenida por Becquerel. La huella inferior se formó al colocar
una cruz de Malta de cobre entre el trozo de pechblenda y la placa fotográfica.

Paradójicamente, un cielo cubierto acabó dando luz al enigma. La casualidad quiso que placa y mineral hubiesen estado juntos tres días en la oscuridad del cajón del escritorio y no dejaba lugar a dudas. El uranio emitía por sí mismo una radiación desconocida.

Brillo y brillantez de pensamiento se aliaron en la primera evidencia de la radiactividad. El azar de la meteorología y la interrupción de un experimento hicieron el resto.

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVlucesysombras.

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