Dividir hasta el infinito... ¡y más allá!

No en pocas en ocasiones, el nombre con que se hace famosa una teoría, ley o principio de la ciencia no guarda relación con la denominación inicial utilizada por su descubridor. Einstein nunca empleó el término “relatividad” en su artículo original de 1905. El físico alemán bautizó esta teoría, una de las más célebres y controvertidas, como teoría de los invariantes. Newton publicó en 1736 las bases de lo que en matemáticas se conoce actualmente como cálculo infinitesimal, pero que él denominó método de las fluxiones.

La misma paradoja se da entre los principales evolucionistas del siglo XIX, ya que Darwin, Lamarck y Haeckel nunca utilizaron la palabra evolución en sus obras. Darwin hablaba de “descendencia con modificación”, Lamarck de “transformismo”, y Haeckel prefería “teoría de las transmutaciones” o “teoría de la descendencia”.

Lamarck, Haeckel y Darwin (www.shardcore.org)

Darwin, en particular, eludió el término porque la evolución describía en su época una propuesta incompatible con sus criterios. En 1744 el biólogo Albrecht von Haller eligió ese vocablo para una teoría que suponía el embrión como un homúnculo preformado, un ser humano con todos sus órganos desarrollados pero a escala diminuta que, a su vez, lleva en su interior un ser humano completamente formado aún más diminuto que, a su vez… Todas las generaciones futuras habrían sido ya creadas, como humanos en miniatura en los gametos de nuestros progenitores, desde nuestros ancestros, unos dentro de otros al modo de esas muñecas rusas llamadas matrioskas. Al fin y al cabo, evolucionar deriva del latín evolvere, que significa “desenrollar”, que es todo lo que tenían que hacer los embriones de Haller, limitarse a crecer y aumentar de tamaño.

Matrioska

No cuesta imaginar las dimensiones extremas que estarían en juego en esta teoría. Hagamos números. Con 160 cm (o 1600 mm) como estatura media de una persona, y 0,16 mm como diámetro de un óvulo humano, la relación de tamaño entre un individuo y su futura progenie es 1600 mm / 0,16 mm = 10.000. Así, el tamaño del embrión de cada generación sería 10.000 (104) veces menor que la anterior:

  • 1ª generación – 0,16 mm = 1,6 x 10-4 m
  • 2ª generación – 1,6 x 10-8 m
  • 3ª generación – 1,6 x 10-12 m
  • 4ª generación – 1,6 x 10-16 m

Es fácil alcanzar tamaños inconcebiblemente pequeños tras unas pocas generaciones. Mientras el tamaño de la 1ª generación de “hombrecillos” está en el límite de lo observable a simple vista, el de la 3ª generación es más pequeño que un átomo y el de la 4ª, menor que un protón. Si el lector quiere experimentar estas dimensiones por sí mismo, le recomiendo visitar The Scale of the Universe.

Captura de la animación interactiva The Scale of the Universe


Una teoría como esta nos parece absurda en base a lo que conocemos actualmente. Existen límites fundamentales bien definidos como la célula en biología y el átomo en la materia, como unidades básicas que impiden subdividir más allá de estos límites tanto lo vivo como lo inanimado.

Entonces, si la “evolución” de Haller nos parece claramente inverosímil, ¿no deberíamos opinar lo mismo sobre la homeopatía que se basa en el mismo principio falaz? Calculemos de nuevo. Lo que en homeopatía se denomina tintura madre es el extracto que se emplea como punto de partida para realizar las diluciones. Este extracto suele prepararse en una concentración 1/10, así que un envase de 100 ml contendrá 10 g de sustancia presuntamente terapéutica.

Proceso de diluciones centesimales (CH)


Para preparar la primera dilución, se toma 1 ml de tintura madre (que contendrá 0,1 g de sustancia) y se disuelve en 99 ml de agua o alcohol. De esta manera se ha obtenido una dilución 1CH (centesimal hahnemanniana) que contendrá 0,001 g (0,1 g divididos entre 100) de sustancia. Pero según la homeopatía, la acción del preparado es más potente cuanto más se diluye, por lo que repitiendo el proceso anterior:

Dilución
Concentración
Cantidad de sustancia
1CH
1/100 = 1/102
0,001 g = 10-3 g
2CH
1/10000 = 1/104
10-5 g
3CH
1/106
10-7 g
11CH
1/1022
10-23 g
12CH
1/1024
10-25 g
14CH
1/1028
10-29 g


Nos encontramos una vez más ante cantidades infinitesimales como en el caso de los embriones. Después de 11 diluciones, la cantidad de sustancia presente equivale a la masa de un átomo, y tras 14 diluciones podemos asegurar que no queda absolutamente nada de la sustancia original, pues los gramos resultantes son menores que la masa de un electrón. Entre las diluciones más empleadas en homeopatía las hay todavía mayores, como la 30CH o la 200CH. Para visualizarlo mejor, tengamos en cuenta que disolviendo una pizca de sal en el océano Atlántico obtendríamos una dilución 12CH, y disolver una molécula en la totalidad del universo daría una solución 40CH. Entonces, si el supuesto efecto curativo no lo proporciona la presencia de una sustancia, ¿qué lo produce?


Ambas teorías, la de Haller y la homeopatía, surgieron en una época en la que la estructura íntima de la materia era un absoluto misterio, por lo que sus propiedades, tanto químicas como curativas, se atribuían a algún tipo de “fuerza o energía vital”, que figura en las dos principales hipótesis de la homeopatía como afirma este artículo, publicado en la Revista Médica de Homeopatía:

  1. hay una realidad biológica inaccesible a los sentidos humanos (fuerza vital).
  2. la etiología fundamental de cualquier enfermedad reside en esta realidad imperceptible (desafinación de la fuerza vital).

Confesiones de un homeópata

La idea de “fuerza vital” deriva del vitalismo del siglo XVIII, un movimiento filosófico que sostenía la existencia de “algo” que diferencia a los organismos vivos de los objetos inanimados. Una “energía” que no se sabe lo que es, que no puede detectarse, pero de la que se asegura su existencia como inherente al ser vivo y su relación con la enfermedad y la curación. Una definición muy cercana a lo que se entiende por alma o espíritu. 

En los últimos años, los homeópatas están actualizando su visión vitalista. Comienzan a descartar lo que consideran vitalismo científico, que trataría de buscar explicación a la “energía vital”, para abrazar un vitalismo más filosófico, como ellos mismos afirman en este otro artículo de la misma revista:

Una vez que nos hayamos quitado de encima la ilusión de disponer de la explicación de los fenómenos de la salud y de la enfermedad, la homeopatía podrá entonces, […] en su mirada original sobre lo vivo, […] aportar su contribución original y fecunda. Lo que llamamos energía vital deberá entenderse de forma metafórica, como una caja negra a la cual se trataría de dotar, en lo sucesivo, de un contenido concreto.

Es decir, que encontrar una explicación sobre los principios de la homeopatía es inútil. Simplemente hay que aceptarlos. Y dejemos de hablar ya de esa misteriosa e indetectable “energía vital” pues no es más que una metáfora. Esto se parece mucho a un enfoque religioso que como consecuencia basa la curación exclusivamente en la fe. Por tanto, lo que ofrece un producto homeopático es una peregrinación a Lourdes embotellada. Y si tan seguros están de que la ciencia no va a conseguir encontrar una explicación, ¿no será porque no hay nada que explicar y que la ilusión es la propia homeopatía?

A pesar de esta consideración metafórica, hablar de “energías” sigue siendo demasiado incómodo para los homeópatas que se plantean una revisión más acorde con los nuevos tiempos. Como dicen en este artículo,

Si queremos formar parte de la ciencia a la que tanto apelamos y maldecimos cuando no coincide con nuestros presupuestos, debemos hablar en su mismo lenguaje o, como, mínimo usar conceptos que sean exportables […]
En la actualidad, cuando se habla de “energías” parece que nos remitamos al chamanismo u otras técnicas terapéuticas que a nuestro parecer utilizan esos conceptos, y otros tomados de la física y la química, de manera muy poco rigurosa […]
La verdad es que no sabemos cómo actúan los medicamentos homeopáticos. Y algunos colegas acuden a conceptos de física o química modernos sin mayor rigor y ofrecen explicaciones (energéticas la mayoría de las veces) a cada cual más peregrina […]

El fragmento no tiene desperdicio. Los autores confiesan que muchos homeópatas recurren a explicaciones peregrinas sin el más mínimo rigor, pero no quieren que los confundan con el chamanismo o con otras terapias “poco serias”. Maldicen a la ciencia por contradecirles, sin importarles las razones por las que lo hace, pero les conviene adoptar su lenguaje para ganar prestigio. Y lo más gracioso es que los autores del artículo aseguran que no intentan hacer un cambio cosmético.

En esta otra propuesta del segundo artículo ya citado, concretan de qué disciplinas podrían echar mano para poder codearse con la ciencia:

Las teorías de la complejidad, del caos, de la información, la cibernética, la física cuántica, todas podrían ayudarnos a apoyar el contenido concreto de nuestro objeto […] Y si la energía tiene que jugar un papel muy importante en homeopatía, y pienso que sí, su papel no debe buscarse fuera de los conocimientos científicos actuales sino articulados con estos.

¿Y qué tienen en común todas las materias referidas con la homeopatía? Absolutamente nada en la homeopatía puede relacionarse con esa mezcolanza de especialidades que nombran. ¿Por qué dejan de recurrir a la Química y Física clásicas que tan válidas siguen siendo para la Medicina y la Biología, sin ir más lejos? Simplemente, especialidades como la teoría de la complejidad o la física cuántica representan para los homeópatas la ciencia de vanguardia y un lenguaje muy especializado, casi críptico, para el ciudadano común. El escenario ideal para quienes aspiran a una homeopatía del siglo XXI, un intento de regeneración desde su nacimiento como pseudociencia dieciochesca hacia una imagen moderna, pero igual de abstrusa e ilusoria.

Los homeópatas quieren asegurarse un futuro más cercano a la ciencia, aunque solo interesados en su imagen y no en sus métodos. Con estas intenciones solo conseguirán hacer suya la máxima del periodismo amarillista: no dejes que la verdad te estropee una buena (y rentable) pseudoterapia.


Referencias

I. Lara, Rev Med Homeopat. 2009, 2(1), 25-30.
P. Marchat, Rev Med Homeopat. 2009, 2(2), 93-96.
G. Fernández Quiroga, J. M. Marín Olmos, Rev Med Homeopat. 2011, 4(1), 25-29.

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