Viajes perpendiculares

Cuando Charles Darwin pisó tierra en el puerto de Falmouth el 2 de octubre de 1836 era un hombre distinto. Después de cuatro años y nueve meses de expedición, regresó a Inglaterra un joven seguro de sí mismo y con un nuevo propósito. El viaje de circunnavegación a bordo de un bergantín, el Beagle, le había cambiado por completo del mismo modo que, años después, sus reflexiones y postulados cambiarían nuestra concepción sobre el origen de la diversidad de la vida.

Cincuenta años después, el naturalista zaragozano Odón de Buen sueña con emular la singladura del Beagle. En marzo de 1886 se incorpora a la tripulación de la fragata Blanca, a bordo de la cual comienza a preparar un laboratorio de biología marina. Sin embargo, la vuelta alrededor del mundo queda en suspenso. El rumbo de la fragata, antes incluso de zarpar, vira 90°. El periplo, como indica el título del diario del naturalista, lo llevaría desde Kristiania (antiguo nombre de la capital noruega) hasta Tuggurt (Argelia).




Este viaje, de cinco meses de duración y perpendicular al de Darwin, resultó crucial para Odón de Buen, que se convertiría en pionero de la Oceanografía en España y en firme defensor y divulgador de la evolución de las especies. En 1887, el mismo año en que Odón de Buen publicaba “De Kristiania a Tuggurt”, un físico de origen polaco, Albert Michelson, realizó un experimento en la Case School of Applied Science de Cleveland con un nivel de precisión sin precedentes.

Dado que se pensaba que la luz tenía naturaleza ondulatoria, al igual que el sonido, se postuló que en el universo debía existir algún tipo de fluido sobre el que se propagaban las ondas luminosas. El éter luminífero, o simplemente éter, llenaba todo el cosmos. Debía ser muy tenue para no frenar el movimiento de los astros y, a la vez, muy consistente para permitir la propagación a una velocidad tan elevada como la de la luz.

De igual manera que un motorista siente el viento provocado por su avance, la Tierra en su movimiento crearía un “viento de éter” que debería poder detectarse. El instrumento para medir este efecto, creado por Michelson y su colaborador, Edward Morley, se basaba en la analogía del nadador en un río. El tiempo que emplea un nadador en recorrer una distancia determinada será diferente si avanza en la dirección de la corriente o perpendicular a ella. Esta diferencia es la que este instrumento, el interferómetro, tenía que revelar. Construido en el sótano de la Case School, sorprendía por su tamaño. Para aislarlo de las vibraciones del suelo, un bloque de arenisca de dos toneladas flotaba sobre un estanque lleno de mercurio. Una estable bancada que soportaba un delicado dispositivo óptico.



El 17 de abril de 1887 comenzó el experimento. Michelson dio un pequeño impulso al aparato, que se quedó girando uniformemente a razón de seis vueltas por minuto. La fuente de luz del interferómetro emitió un rayo que se desdobló en dos al atravesar un espejo semitransparente. Ambos rayos seguirían rutas perpendiculares hasta reflejarse en sendos espejos que los devolverían al punto de partida. ¿Regresarían el bergantín y la fragata al mismo tiempo o uno antes que el otro? De existir un “viento de éter”, el viaje de los dos navíos luminosos requeriría tiempos diferentes y no confluirían a la vez.


Animación que muestra lo que esperaba detectar Michelson en el experimento.
El desplazamiento del instrumento simula el movimiento de la Tierra.


Repitieron el experimento incansablemente hasta el 12 de julio mientras el instrumento giraba pausadamente para barrer todas las direcciones posibles, y nada. Esa diferencia de tiempos nunca apareció. El Beagle y la Blanca competían en condiciones aparentemente diferentes y, contra todo pronóstico, siempre regresaban exactamente al mismo tiempo.

Aunque Michelson quedó descorazonado ante el resultado del experimento, en realidad fue un éxito disfrazado de fracaso. Michelson sembró la duda sobre la existencia del éter cuando Albert Einstein era un chaval de 8 años, completamente ajeno a la nueva física que comenzó a gestarse en el sótano de una escuela de Cleveland. Así lo recordó el propio Einstein cuando en el transcurso de una cena se dirigió al infatigable investigador y le dijo:

Usted, honorable Dr. Michelson, comenzó este trabajo cuando yo era un jovenzuelo que no levantaba un metro del suelo. Fue usted quien guió a los físicos por nuevos caminos, y gracias a su maravilloso trabajo experimental preparó el terreno para el desarrollo de la teoría especial de la relatividad.


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