Saber escuchar

Evelyn Glennie es una percusionista escocesa que recaba enorme éxito en cada uno de sus conciertos. Esto no tendría nada de extraño si no fuese porque Evelyn padece sordera profunda desde los 12 años. Para añadir una paradoja más, en su página web figura el lema que dirige sus conciertos y encuentros con el público: Teach the World to Listen (enseñar al mundo a escuchar).





La clave de Evelyn es haber entrenado su cuerpo para "escuchar" la música que interpreta. Sus pies, sus brazos, su pecho o su abdomen actúan de caja de resonancia perfectamente afinada para sentir la frecuencia, intensidad o duración de los sonidos. Los matices sonoros que es capaz de diferenciar sugiere que los verdaderamente discapacitados somos los "oyentes" que nos limitamos a los oídos para percibir los sonidos.

La medicina también estuvo prácticamente sorda hasta principios del siglo XIX, y el momento en que comenzó a escuchar al cuerpo para detectar síntomas sonoros comienza con la visita de la señora Paccard. Cada vez que acudía a la consulta, al doctor Laënnec le entraban sudores fríos. Explorar a la paciente en cuestión no resultaba nada fácil por diversos motivos. Para empezar, la mujer era una persona muy recatada y, por lo tanto, muy reacia a desprenderse de sus cargados ropajes. Por otro lado, y según las malas lenguas, la acusada timidez del médico le hacía pasar muy mal rato cuando se trataba de pegar la oreja al tórax de una dama para auscultarla. Por si fuera poco, las generosas carnes de la señora Paccard complicaban todavía más el procedimiento.

La siguiente cita con su paciente se acercaba, y el vergonzoso médico paseaba cabizbajo por los alrededores del palacio del Louvre imaginando la embarazosa escena que le aguardaba. Las risas y algarabías de unos niños le sacaron de su ensimismamiento y se detuvo a observarlos. En medio de una pila de escombros, los pequeños habían encontrado un largo listón de madera con el que se entretenían. Laennec se acercó a ellos con discreción para no interrumpir su juego y pudo averiguar en qué consistía. Por turnos, cada uno de los niños pegaba el oído a un extremo del listón mientras otro arañaba el otro extremo con la punta de un alfiler. Era una versión del juego de las vías del tren, en el cual si pegabas la oreja a los raíles podías oír el fragor de la locomotora acercándose mucho antes de que el sonido se percibiera por el aire.

Inmediatamente le vino a la mente la señora Laennec. Aunque la asociación entre su voluminoso cuerpo y la locomotora hubiese sido la más jocosa, no fue esta relación la que iluminó la intuición del joven galeno. El día de la cita con su paciente, y llegado el temible momento de la auscultación, tomó varias páginas de su cuaderno de notas y las enrolló en forma de cilindro apretado. Apoyó un extremo del cilindro en el pecho de la mujer y acercó su oído al otro extremo. Era el 17 de febrero de 1816, el día del 35 cumpleaños de Laennec, y no podía soñar con mejor regalo. Los sonidos pulmonares de su paciente se amplificaron por la acción del tubo de papel, percibiéndolos con gran nitidez.

De inmediato, mandó construir un modelo en madera de su "pectoriloquio", como lo bautiza inicialmente. Un tubo de 30 cm de largo y 4 cm de ancho, atravesado en toda su longitud por un orificio de 5 mm de diámetro. El pectoriloquio, al que el propio Laennec acabaría llamando estetoscopio 3 años después, no sólo permitía al médico auscultar sin invadir excesivamente el espacio del paciente, sino que permitía distinguir con claridad los diferentes ruidos pulmonares, diferenciando los sonidos normales de los patológicos.


Así, sonidos como los crepitantes (generados cuando existen fluidos en las vías respiratorias), las sibilancias (obstrucción de las vías más estrechas) o el roncus (por secreciones en los bronquios principales) permitieron a Laennec en su obra Tratado de auscultación mediada hacer un exhaustivo compendio de los sonidos torácicos asociados a un buen número de enfermedades.


Evelyn Glennie tomó distancias del clásico concepto de escuchar para extender su significado. René Laënnec tomó distancias con el paciente, colocándolo al otro lado de un tubo que le permitió escuchar y diagnosticar a su paciente como ningún otro médico antes. Pocos se imaginan que la idea de este instrumento, símbolo por excelencia de la profesión médica, surgiera del juego casual de unos niños al pie de los muros del Louvre.






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