Polvo de estrellas resucitado

Siberia, el vasto páramo yermo y helado, se ha convertido en un paisaje fértil para sueños de resurrección. El último milagro del tipo “levántate y anda” sucedió en pleno siglo XXI a 30 metros de profundidad, en la región de Chukotka. Un depredador desconocido sale de su hibernación de 30.000 años en el permafrost desde que compartiera habilidades de caza con los neandertales. Hoy, en un moderno laboratorio, una sabrosa pitanza a base de amebas ha confirmado que continúa con excelente apetito.

Microfotografía de Pithovirus sibericum


El descubrimiento de Pithovirus sibericum ha “devuelto a la vida” a la que, en la actualidad, es la especie de virus de mayor tamaño que se conoce. No sería extraño que seamos testigos de otros “microgigantes” recuperados de la noche de los tiempos. La Química sin embargo, desde que Mendeléiev construyera esa taxonomía de los elementos que llamamos Tabla Periódica, no sabía cómo descubrir a sus gigantes perdidos, los especímenes extintos que una vez existieron en la Tierra o en el Sistema Solar.

Los antiguos alquimistas, en su vana intención de transmutar un elemento en otro, no pasaron de arañar la superficie. Sin embargo, los resultados estaban mucho más allá de la corteza de electrones. Las prospecciones hasta el núcleo se convirtieron en una carrera para alcanzar el sanctasanctórum atómico. El primer nanominero en materializar este sueño, Ernest Rutherford, obtuvo oxígeno al bombardear nitrógeno con núcleos de helio. No carece de poesía alquímica que los proyectiles utilizados tuviesen la esencia del Sol. El matrimonio Joliot-Curie también los empleó para socavar las entrañas del aluminio y obtener el primer elemento extinto: el radiactivo fósforo-30.

Las excavaciones también permitieron mejorar el tipo de proyectil. El propio núcleo atómico que se empeñaban en perforar desveló una de las mejores municiones para perfeccionar el tiro al átomo. Tras su descubrimiento en 1932, los disparos de neutrones, inmunes a interacciones eléctricas, ampliaron la lista de elementos que habrían desaparecido hace mucho tiempo de la corteza terrestre. Las estanterías elementales se completaban con los especímenes del número 95 al 101.

Pero esta paleontología de los átomos se enfrentó a dificultades crecientes a medida que buscaba a los verdaderos gigantes del sistema periódico. Los proyectiles tuvieron que crecer en calibre y los últimos elementos recreados apenas sobrevivían unas fracciones de segundo, como si un mamut que ve la luz tras millones de años oculto se desvaneciera ante los ojos de sus descubridores.
La obtención del oganesón, el elemento más pesado hasta la fecha, duró cuatro meses. Durante ese tiempo, unos 1019 proyectiles de calcio, 100 millones de veces las balas fabricadas durante la Primera Guerra Mundial, impactaron contra una muestra de californio. Cuando la fusión de ambos fue exitosa, se originaron tres átomos de oganesón que apenas sobrevivieron 1 milisegundo, teniendo en cuenta que un parpadeo dura 300 milisegundos.

El último de los fósiles fugaces, el brevísimo eka-radón, estira el sistema periódico ideado por un atrevido pionero que nació en tierras de Siberia.

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVradiactividad.

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