La mujer que quiso hacer un vestido de oro

Un Einstein químico.
La reacción perezosa
viaja en el tiempo.


Como si ella misma fuese el resultado de un elevado secreto alquímico, muy poco se sabe sobre su vida. Ni su fecha de nacimiento ni cuándo abandonó este mundo. Aunque presumiblemente sería en algún lugar de Escocia, se desconoce dónde transcurrió la infancia de Elizabeth, si tuvo ocasión de estudiar o aprendió de manera autodidacta y, sobre todo, de dónde llegó su interés por la Química, una ciencia que se desprendía de su enigmático atuendo para abrazar modernos procedimientos y nomenclaturas.



"La posibilidad de confeccionar ropa de oro, plata y otros metales mediante procesos químicos se me ocurrió en el año 1780. Hablé de la idea con el Dr. Fulhame y otros amigos, que la consideraron muy poco factible. Sin embargo, tuve la satisfacción de llevar a cabo el proyecto, en cierto grado, mediante experimentos."


Aparte de darle el apellido, su esposo Thomas Fulhame, un médico irlandés dedicado a estudiar la fiebre puerperal, no le otorgó demasiada confianza con este proyecto que tomaba forma en la mente de Elizabeth. A pesar de ello, sus primeros experimentos no se hicieron esperar:



"Experimento 8
Un trozo de seda, que se sumergió en una solución de nitrato de plata, se colocó en un platillo de porcelana y se expuso a los rayos del sol, mientras se humedecía moderadamente con agua. En unos pocos minutos el color blanco de la seda fue cambiado a un color marrón rojizo, que poco a poco se hizo más oscuro, y en unas tres o cuatro horas, cuando los rayos solares eran a menudo débiles e interceptados por sombras, adquirió un color gris negruzco; la mayoría del color marrón rojizo había desaparecido."

"Experimento 11
Sumergí un trozo de seda en parte de la misma solución de nitrato de plata y lo dispuse a secar en la oscuridad. La seda, que había conservado su color blanco, fue suspendida después sobre carbonato de potasio seco en un frasco de cristal. El frasco se tapó con corcho y se selló con cera para asegurarlo contra la entrada de humedad. El frasco se deja en un armario oscuro veinticuatro horas, de forma que la sal actúe como desecante.
El frasco se colocó después en una ventana expuesta a los rayos del sol desde de 24 de julio al 20 de octubre.
Después de esto, la seda apenas sufrió ningún cambio visible excepto un tinte muy débil de color marrón rojizo. Incluso este leve matiz dependía de la pequeña cantidad de humedad que el carbonato de potasa no había podido extraer."


Las reacciones de los metales, con un tejido como soporte y bajo la acción de la luz, le parecían fascinantes. Pero tras los primeros experimentos, Elizabeth centró su atención en la función que parecía tener el agua en procesos como este. De hecho, observó que la combustión del carbón vegetal ocurría con más facilidad en presencia de humedad. En una de sus afirmaciones más interesantes trata de explicarlo así: 

"El carbono atrae el oxígeno del agua y forma ácido carbónico, mientras el hidrógeno del agua se une con el oxígeno del aire y forma una nueva cantidad de agua, igual a la que se ha descompuesto." 




En realidad, para la combustión del carbón basta con la primera de las reacciones: el carbono se combina con el oxígeno del aire para producir calor y CO2, pero la manera en que Elizabeth imagina que sucede, con la intervención del agua, resulta una revelación. Supone que el agua facilita el proceso al descomponerse en hidrógeno (H2) y oxígeno (O2), de manera que este oxígeno del agua es el que se combina con el carbón para quemarse, mientras el hidrógeno se recombina con el oxígeno del aire para restablecer el agua inicial. 

Es una idea innovadora que identifica unos compuestos capaces de modificar la velocidad de una reacción química sin sufrir merma durante el proceso. Elizabeth Fulhame acaba de proponer el concepto de catalizador unos cuarenta años antes de que el químico Jöns Jacob Berzelius acuñara el término.

 

De todo ello dejó constancia en su libro An Essay on Combustion, la única pista que la historia ha dejado sobre sus inquietudes y pensamientos. Solo me resta preguntarme qué le habría deparado el futuro si la estrella de la química de la época, Antoine Lavoisier, hubiese conocido esta obra. Con bastante probabilidad, su esposa Marie-Anne Paulze hubiera puesto en valor el trabajo de Elizabeth Fulhame y lo habría traducido para él. Lamentablemente, fue publicado el 5 de noviembre de 1794, 181 días después de que la hoja de la guillotina acabara con el que fuera uno de los fundadores de la Química moderna.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVquímica.

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