Lenguas de piedra

Tierra cambiante. 
Susurran sus secretos 
lenguas de piedra. 


Una embarcación traslada a prisioneros para ser juzgados ante el César. La singladura, desde Jerusalén hasta Roma, parece ser que se prolongó desde el otoño del año 55 hasta la primavera de 56. El mal tiempo los acompañó desde que alcanzaron Creta, y con una mar cada vez más arbolada, temieron que la nave acabara naufragando. Al amanecer distinguieron una bahía y, aunque no sabían en dónde estaban, acordaron dirigirse hacia ella. Izaron la vela de proa y dejaron que el viento arrastrara el barco hasta acabar encallados en un banco de arena. Entre los desafortunados que luchaban con el oleaje para ponerse a salvo en una playa de Malta estaba Pablo de Tarso.

Este episodio se relata en el capítulo 27 de los Hechos de los Apóstoles, el quinto libro del Nuevo Testamento, y es el origen de una curiosa tradición originada por la imprevista visita de san Pablo, el «Apóstol de los gentiles», que acabó refugiado en la isla durante tres meses. Esta tradición tuvo su apogeo desde los siglos XV al XVIII, se extendió por toda Italia y desde esta, a buena parte del sur y centro de Europa, y se refiere a tres objetos a los que se les atribuía poderosas cualidades como antídotos y remedios medicinales. 

El primero de estos remedios era la «piedra de San Pablo», fragmentos de roca caliza extraídos de la cueva donde se cree que el ilustre viajero se resguardó del temporal hasta que los lugareños le ofrecieron cobijo. Se desarrolló toda una industria en torno a este producto, que se pulverizaba y aglutinaba en forma de comprimidos y que se grababan con la imagen del santo o con la cruz de Malta para evitar «falsificaciones«. Los otros dos objetos de procedencia maltesa se basan en lo que narra el capítulo 28 de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición, al recoger un montón de leña para alimentar una hoguera, una víbora se le enroscó en el brazo y le mordió. Pablo maldijo a todas las serpientes venenosas de la isla cuyos cuerpos quedaron convertidos en piedra. Resultado de este prodigio, se encontraban en diversos rincones de la isla «ojos de serpiente», pequeñas esferas pétreas a las que se adjudicaba la curación de cualquier mordedura de un animal venenoso, y que en realidad eran los dientes romos de Lepidotes, un género extinto de peces óseos que los empleaba para machacar las valvas de los moluscos con los que se alimentaba.

Dientes fosilizados de Lepidotes.

Pero sin duda, los objetos más célebres relacionados con la tradición de san Pablo fueron las glosopetras, también conocidas como lenguas de piedra o lenguas de serpiente, que llamaron la atención de un anatomista danés a quien se atribuye el descubrimiento de la glándula parótida, Nicolás Steno.



Durante su época de estudiante en Copenhague, conoció la colección que poseía su tutor, Thomas Bartholin, con variados ejemplares de glosopetras que él mismo había recolectado por toda Malta. Ya desde entonces, Steno había despertado un vivo interés por los fósiles que compatibilizaba con sus disecciones y estudios anatómicos. En 1666 Steno se establece en la Toscana bajo la protección del también admirador y mecenas de Galileo, Fernando II de Médici. Es el propio Gran Duque quien le encarga ese mismo año el estudio de la cabeza de un tiburón, que publica en Florencia al año siguiente. En este trabajo establece la comparación entre los dientes del tiburón y las glosopetras de la isla de Malta, interpretándolas como restos de seres vivos. 


Lámina realizada por Steno para la comparación entre las glosopetras
y los dientes del tiburón Canis carchariae. Pródromo, 1669.

Al tratar el problema del origen de los fósiles, dice: 

«las capas de la tierra por debajo de nosotros son “estratos”, antiguos sedimentos sucesivos». 

Steno extiende desde la química y la medicina el significado de sedimento (sustancia que se deposita en el fondo de un líquido) y estrato (materiales que se acumulan unos encima de otros) a los fenómenos naturales que se dan en mares, lagos y ríos. En esta época Steno sufre una profunda crisis de pensamiento, aunque sigue estudiando las rocas de la Toscana en un intento de eludir las contradicciones entre sus creencias religiosas y las inquietantes observaciones que realiza. Tiene en mente escribir un gran tratado sobre el significado de esos cuerpos, pero el Gran Duque Fernando le apremia a terminar sus investigaciones. Decide entonces escribir un texto preliminar o Pródromo en el que volcar sus ideas sobre «los sólidos dentro de otros sólidos»: incrustaciones, minerales, cristales y fósiles. Además, respecto a los estratos afirma que 
  • se depositan en una sucesión temporal, en la que las más antiguas se encuentran en posición inferior a las más recientes.
  • se depositan originalmente de manera horizontal.
  • tienen la misma edad a lo largo de toda su extensión horizontal.

Con estos principios, Steno dota a los procesos de la corteza terrestre de una secuencia histórica que puede estudiarse capa a capa, como en un gran libro pétreo que entierra sus capítulos a medida que termina de escribirlos. 

Steno nunca realizará su proyecto de un gran tratado. Es posible que su conversión al catolicismo en 1667, dos años antes de publicar su Pródromo, tenga algo que ver. Se ordena sacerdote en 1675 y es consagrado obispo en 1677. En Hannover, el filósofo Gottfried Leibniz tiene oportunidad de conocerlo y lamenta que «un gran físico se hubiese convertido en un teólogo mediocre». Probablemente, su desazón lo obligó a abandonar la construcción de un edificio cuya primera piedra se encargó de colocar, aquel que albergaría a la ciencia del tiempo profundo.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVgeología.

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