Visiones

Al cumplir 42 años, el cielo se abrió y una luz ardiente de un brillo extraordinario llegó hasta mí e impregnó mi cabeza, inflamando mi corazón y mi pecho.

Cuando la compositora Jenny Giering leyó este párrafo pensó que describía una experiencia muy similar a la suya. El primer hechizo le duró unas siete horas. Llegó a casa fatigada y con los sentidos alterados, y se fue directamente a la cama. Como si se hubiese colado por la madriguera que conduce al País de las Maravillas, notaba el pecho ardiendo, escuchaba perros que la rodeaban y un coro de pájaros tropicales, y mientras el techo de la habitación se licuaba, los motivos florales de las paredes serpenteaban de un lado a otro. Pero la autora del párrafo con el que arranca este relato vivió nueve siglos antes que Jenny Giering, y supo sacar partido de sus estados alterados mientras ocupaba el cargo de abadesa. Se llamaba Hildegard de Bingen. 

En el siglo XII no era extraño afirmar que se tenían visiones. Fue un recurso literario durante mucho tiempo que Hildegard empleó con maestría. Siendo mujer, si manifestaba que sus escritos eran inspirados por Dios, serían tomados más en serio. De esta manera, en su obra Scivias (1152) expuso una completa cosmología donde imaginaba un universo ovoide en cuyo seno poderosos vientos provocaban los movimientos del firmamento, incluidos los de elevación y descenso que alargaban o acortaban los días. También en Scivias aparece un rudimento de la teoría de la herencia, según la cual los individuos exhiben diferentes cualidades que son transmitidas por sus progenitores. El papa Eugenio III declaró que sus visiones eran profecías auténticas, y alentó a Hildegard a seguir escribiendo y divulgando sus teorías. Su testimonio sobre estas visiones es muy claro: 

Las visiones que contemplé no las vi estando dormida, ni soñando, ni enloquecida ni en lugares ocultos; sino despierta, alerta, percibiéndolas con claridad. 

Unas visiones que también han cambiado la vida de Jenny Giering. Escotomas que anuncian el comienzo del episodio, lluvias de fosfenos que centellean en sus ojos, u objetos que emanan auras radiantes son las manifestaciónes de una experiencia extraordinariamente limitante que le impide trabajar con normalidad. Un día, mientras yacía en la cama en medio de un apogeo alucinatorio, preguntó a su esposo qué huella dejaría esto en la música que componía, y si debía sacarle provecho de algún modo como hiciera la abadesa de Bingen. Su esposo no supo qué contestar mientras observaba el movimiento tembloroso y errático de su mirada. 

El neurólogo Oliver Sacks, en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), fue el primero en sospechar el diagnóstico de Hildegard de Bingen: las responsables de sus visiones eran crisis agudas de migraña, como en el caso de Jenny Giering. La compositora ha llegado a la determinación de que su realidad la enfrenta a un nuevo propósito: sacar de su lápiz tanta música como pueda mientras el País de las Maravillas no la reclame para emprender otro delirante viaje.



Referencia

Jenny Giering. Hildegard’s Visions, and Mine. The New York Times (18 de julio de 2018).
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVneurociencia.

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