Rumford y el cañón

Era 3 de agosto de 1992, y en el canal de televisión Telecinco me disponía a ver un episodio de la cuarta temporada del teniente Colombo.


Resulta que el coronel Rumford, célebre por imponer una férrea disciplina a los cadetes de la academia militar Haynes, temía por la continuidad del centro. El número de matriculados había caído en picado y el nieto del fundador de la escuela, William Haynes, planeaba convertirlo en una universidad mixta.

El coronel no estaba dispuesto a aceptar que su amada academia desapareciera y decidió cortar por lo sano. En la víspera del día del fundador, Rumford sustituyó la carga de fogueo del cañón ceremonial, a base de nitrato de sodio y algodón, por gelignita, un potente explosivo gelatinoso compuesto de nitroglicerina y nitrato de potasio. Al día siguiente, cuando Haynes se dispuso a disparar el cañón para dar comienzo a las ceremonias, saltó por los aires. A partir de aquí, el teniente Colombo iniciaba sus pesquisas para dar con el autor del aparente accidente.



Ni en esta ocasión ni cuando volví a ver el episodio en 2001, cuando Telecinco lo emitió de nuevo, reparé en ello. Pero el 4 de junio de 2019, cuando el canal Paramount Network lo emitió una vez más, la pista apareció ante mis ojos como le habría sucedido al desaliñado teniente. Yo me había topado con un Rumford en algún otro momento, y lo que es más sorprendente, también relacionado con un cañón. ¿Casualidad o un guiño de los guionistas de la serie? Quién sabe.

Benjamin Thompson, conde de Rumford y a la sazón esposo de Madame Lavoisier, era el supervisor de la construcción de cañones en el arsenal de Múnich. El conde había observado la considerable cantidad de calor que se desprendía en el proceso de taladrar el ánima de un cañón. Dispuesto a experimentar, rebuscó entre las brocas hasta encontrar la que tuviese el extremo más desgastado y romo. "Utilizad esta", les dijo a los trabajadores que se miraron perplejos unos a otros. El taladro giró sin hacer apenas mella en el metal, pero produjo aún más calor que empleando una broca bien afilada.

Los experimentos continuaron. Sumergió un cañón en un barril de agua y comprobó que el agua llegaba a hervir tras dos horas y media de taladrado. El escepticismo de Rumford dio sus frutos. El calor no podía tratarse de un fluido que pasara de unos cuerpos a otros, pues parecía brotar del cañón y del taladro de manera indefinida. Si solo el movimiento de fricción podía generar calor de manera aparentemente inagotable, pensó Rumford, el calor debía ser simplemente otra forma de movimiento. El conde Rumford descartó con acierto la idea del calor como un fluido que por entonces llamaban calórico. Sin embargo, el coronel Rumford se obsesionó con otro fluido que resultó ser su perdición.

El coronel sabía que algunos cadetes estaban destilando sidra de manera clandestina. Lo había descubierto al ver un gran frasco de cristal lleno de sidra en fermentación colgando de la ventana de uno de los dormitorios. La sidra sería confiscada y los responsables seriamente castigados, anunció el coronel. Tras exhaustivos registros, la sidra no aparecía por ninguna parte. Lo que el coronel desconocía es que Colombo había dado con ella y había hecho un trato con los muchachos a cambio de no delatarlos. Al día siguiente muy temprano, un sargento de la academia avisa al coronel de que la sidra ha aparecido. Cuelga de la misma ventana del segundo piso desde la que el coronel la vio por primera vez, e inmediatamente ordena que todos los cadetes del segundo piso que bajen al patio y formen ante él.

Colombo, que estaba pernoctando en la academia, se despierta con el revuelo y se reúne con el coronel en el patio. Le felicita por haber dado finalmente con la sidra, y se interesa por saber cuándo la vio por primera vez. Por testimonios de los cadetes, queda claro que la sidra colgó de la ventana solo durante la noche del sábado, la víspera de la explosión del cañón, y que se retiró la mañana del domingo antes del toque de diana. El coronel solo pudo verla entre las 6:15, hora del amanecer, y las 6:25, cuando los cadetes la retiraron para que nadie la viera. Pero además, el coronel no pudo distinguir la ventana en cuestión desde cualquier punto del patio porque la ocultaban los árboles. Solo había un lugar desde el que podía distinguirse la ventana y la sidra que colgaba de ella: junto al cañón.

Situado el coronel Rumford en el tiempo y el espacio como autor del crimen, Colombo entornó los ojos, miró de nuevo hacia el frasco de sidra delator y le dio otra calada a su cigarro. Caso cerrado.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVmoléculas.

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