Toma la brocha y pinta

La tía Polly ya no sabía qué hacer con el muchacho. Su enésima barrabasada le había colmado la paciencia así que a la hora de la cena, cuando su sobrino se disponía a sorber la primera cucharada de sopa, la tía Polly le interrumpió con voz de trueno:

—¡Thomas Sawyer! ¿No pensarás que te ibas a librar de tu castigo? Mañana sábado pintarás la valla hasta dejarla blanca como mis sábanas.

—¡Pero, tía Pol...!

—¡No te atrevas a replicarme o pintarás también la valla del reverendo! —le espetó a Tom. Mientras se retiraba a la cocina, continuó murmurando entre dientes. —¡Habrase visto el atrevimiento! ¡Este condenado muchacho siempre consigue sacarme de mis casillas!

A la mañana siguiente, mientras los demás chicos y chicas jugaban y se bañaban en el río, Tom se dirigió al cobertizo cabizbajo y resoplando. Allí estaban tras la rechinante puerta los instrumentos de tortura, el bote de yeso diluido en agua y una brocha de mango largo. Sin saber muy bien cómo, mientras salía a la calle con sus pertrechos de pintura, se cargó de determinación. Le iba a hacer falta para no desanimarse cuando estuviese frente al desafío: veintiocho metros de valla de uno ochenta de altura. El vapor Big Missouri, que pasaba en ese momento chapoteando su rueda de paletas, hizo sonar su sirena como un burlón pistoletazo de salida.


No tardaron en llegar algunos chavales a mofarse mientras Tom mojaba la brocha con parsimonia y aplicaba la lechada tablón por tablón. Su amigo Ben se acercó y se puso a su lado:

—Oye, Tom, déjame blanquear un poco.

Tom reflexionó, y a punto de entregarle la brocha se lo pensó mejor.

—No, no es posible, Ben. Tía Polly... ya sabes... es muy exigente con el trabajo de la valla, sobre todo con la cara que da a la calle, ¿sabes? Si fuese la valla de atrás yo no tendría inconveniente, pero...

—¡Venga, hombre! Voy a tener el mismo cuidado que tú. Mira, a cambio te doy esta manzana.

Tom le entregó la brocha con una impostada cara de mala gana, se sentó en el borde de la acera y le hincó el primer mordisco a la apetitosa manzana. No tardaron en llegar más incautos. Cuando Ben estuvo rendido, le pasó la brocha a Billy Fisher a cambio de una cometa en bastante buen estado. El siguiente relevo fue Johnny Miller que adquirió el permiso para dar brochazos entregando una bala y un trozo de cristal azul. A los pies de Tom los tesoros crecían; un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis petardos y una manecilla de puerta se añadieron a sus posesiones. Para cuando el bote quedó vacío, la valla ya llevaba tres capas de blanco.

Pilar Mateo es, en cierto modo, una Tom Sawyer del siglo XXI, pues algunas de sus andanzas de joven no tenían nada que envidiar a las del entrañable personaje de Mark Twain. Se colaba en la fábrica de su padre para sisarle disolventes con los que hacerse combustible para su coche hasta el día en que le reventó el motor. En otra ocasión, utilizó vendas frías con unos mejunjes de su invención con las que envolver a su madre para ayudarle a bajar unos kilitos hasta que tuvo que suspender el “tratamiento” para no poner en peligro la salud de su progenitora.

En la exposición “Mira África” impulsada por la Fundación Mujeres por África, que se celebró en Madrid en 2013, se puso a pintar una casa de adobe africana cuando un día, coincidiendo con la visita de la reina Sofía a la exposición, consiguió convencerla para que la monarca tomara la brocha y se pusiera a pintar. A cambio, Pilar recibió la recompensa de saber que con esta acción estaba salvando muchas vidas. Con el bagaje adquirido en la fábrica de su padre, esta licenciada en Químicas ha logrado desarrollar una pintura que ha patentado con el nombre de InesFly (inspirada en INESBA, la Industria Española de Barnices que fundó su padre) que incorpora una tecnología de microencapsulación que libera de manera progresiva, a lo largo de años, insecticidas contra los vectores del mal de Chagas, la malaria o la leishmaniasis.

Pilar Mateo con habitantes de la localidad de Ahwian a 50 km de Acra, la capital de Ghana.

Entre los muchos países que ha visitado con su tecnología, cuando Pilar visitó Bolivia no se imaginaba que ni siquiera había paredes donde aplicar su pintura, por lo que sus proyectos muchas veces han comenzado con la construcción de casas. Con el pueblo guaraní vivió junto a las vinchucas, las chinches transmisoras del mal de Chagas, que aparecen por la noche para chupar la sangre de los que duermen. Lugares donde la pobreza y los estragos que provocan estas enfermedades tienen casi siempre rostro femenino. En Ghana ha puesto en marcha una fábrica de sus pinturas que además ha generado quinientos puestos de trabajo.

Con estos argumentos, ¿quién pasaría junto a Pilar y se resistiría a ponerse a pintar una valla o una pared?

Referencia:
Página web de la Dra. Pilar Mateo Herrero

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVherederas.

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