La estrategia de la cigarra
En 1953 tuvieron lugar dos hitos científicos que guardan relación con la vida. El primero de ellos vio la luz el 28 de febrero mientras dos jóvenes y entusiastas colegas se devanaban los sesos por resolver un puzle nanométrico: la forma que adquiere el soporte de la información genética. Además de jóvenes y entusiastas, Francis Crick y James Watson eran unos chicos muy afortunados pues de una manera un tanto indecorosa tuvieron acceso a una fotografía realizada por Rosalind Franklin, una cristalógrafa que había conseguido mediante difracción de rayos X una instantánea nítida y precisa de lo que andaban buscando. Fue, prácticamente, el mapa del tesoro que los llevó con éxito a revelar la estructura del ADN. Ese mismo día fueron a celebrar su inesperado “eureka” al pub The Eagle, donde pidieron dos pintas de cerveza y anunciaron que habían descubierto el secreto de la vida.
El segundo hito, que apareció publicado el 15 de mayo en la revista Science, describía un experimento realizado por Stanley L. Miller para el cual había diseñado un artefacto digno del laboratorio del Dr. Frankenstein. El aparato, con el aspecto de un extraño alambique de cristal, contenía un recipiente con agua que se calentaba y que conducía sus vapores a un recipiente superior donde había una mezcla de gases, a saber, metano, amoniaco e hidrógeno. En este otro recipiente, que pretendía imitar la atmósfera de una Tierra primitiva, es donde sucedía lo interesante. Una pareja de electrodos producía chispazos a 60.000 voltios mientras se sometía la mezcla a calor y radiación ultravioleta. A continuación los gases se enfriaban para que el vapor de agua se condensase de nuevo en el recipiente inferior y el ciclo volvía a empezar. Tras funcionar durante una semana, pudo extraer del aparato varios aminoácidos que se habían formado en el proceso, constituyendo una prueba de que los compuestos orgánicos presentes en los seres vivos pudieron surgir a partir de reacciones químicas entre compuestos inorgánicos.
Pero en este mismo año de 1953 tuvo lugar otro suceso también relacionado con la vida que pasó totalmente desapercibido. Innumerables ninfas de cigarra se enterraron a 30 centímetros de profundidad en los bosques desde Nueva York a Illinois y ahí permanecieron, alimentándose de la savia de las raíces de los árboles durante 17 años.
Tras este lapso de tiempo, en abril de 1970, mientras el mundo aguantaba la respiración para que los astronautas del Apolo 13 regresaran a casa sanos y salvos, las cigarras estaban completando su metamorfosis a adultas con la formación de alas y órganos reproductores. El 9 de junio de ese mismo año, la Universidad de Princeton concedió a Bob Dylan un doctorado honorífico. Dylan, no muy amante de pompas y protocolos, se quedó dando un paseo por el campus y entonces las oyó. En el bosque de los alrededores de la universidad, las cigarras habían emergido de la tierra y estaban cantando para aparearse. Con hasta medio millón de ejemplares por hectárea, el sonido podía ser ensordecedor y escucharse a una distancia de dos kilómetros. Dylan se marchó de Princeton con su doctorado honoris causa y con la inspiración para una canción dedicada a lo que él se refirió como langostas: Day of the locusts.
En 2016 causó asombro que Bob Dylan fuese galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Otra vez pompas y protocolos, pensaría el músico y poeta. Imitando la estrategia de aquellas cigarras, se ocultó durante dos semanas hasta que la Academia sueca consiguió ponerse en contacto con él. Pero aún el 10 de diciembre, día de la entrega del premio, no estaba preparado para emerger por lo que no acudió a la ceremonia. Finalmente, el 2 de abril de 2017, 171 días después de la decisión de la Academia sueca, Dylan apareció en Estocolmo para recibir la medalla y el diploma del galardón en una ceremonia privada.
Por lo que se ve, Dylan quiso evitar a los “depredadores” que esgrimen cámaras y micrófonos. De ser así, sería la misma estrategia que permite la supervivencia masiva de las cigarras. Si el momento de emerger sucede a intervalos cortos o periódicos, los predadores pueden estar al acecho. En este caso, parece que la evolución ha privilegiado a la cigarra con ambas cualidades: una fase subterránea muy prolongada y un ciclo que preferentemente consta de un número primo de años, más difícil de sincronizar con los ciclos de sus enemigos naturales; según la especie pueden emerger a los 7, a los 13 o, como Magicicada septemdecim, a los 17 años.
En este 2021 se habrá completado el tercer ciclo de 17 años desde aquellas cigarras que Bob Dylan oyese desde el bosque circundante. Las biznietas de las que inspiraron Day of the locusts están a punto de salir para iniciar su estridente canto de apareamiento este verano, ajenas a que emergen a la superficie de un mundo en pandemia.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVinsectos.
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