Houston, tenemos una historia (II)

(Viene de la parte I)
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, y una voz cariñosa le susurró al oído:
— ¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
— Lo sé, pero lo que yo siento es de verdad.

Nada grave, Ángel González

En la antigua Grecia, si alguien quería tomar contacto con la verdad la buscaba en los poetas; en nuestros días, sin embargo, lo lógico sería acudir a los científicos. ¿Qué sucedió entre estos dos momentos?

En sus Diálogos, Platón cuenta que su maestro Sócrates deseaba saber si las verdades que cantaban los rapsodas constituían una habilidad que les era propia, de modo que pregunta al rapsoda Ion si es capaz de hablar bellamente sobre cualquier tema que se propusiese. Ion responde que sólo puede hacerlo sobre aquello que le inspira, por lo que Sócrates concluye que esa caprichosa destreza debía provenir de los designios de las musas.
Además había un problema: en ocasiones las musas susurraban verdades y en otras, mentiras disfrazadas de verdades, y ni siquiera los rapsodas podían diferenciarlas. La belleza de cantos y poemas era lo único que legitimaba la verdad. Lo bello debía ser verdadero. Sin atreverse a poner esto en duda, Sócrates expone con suma humildad que, a diferencia de Ion, él no es un elegido de las musas y que sólo puede acceder a “la verdad que corresponde a un hombre corriente”, aquella relacionada con la capacidad de razonar.
La cuestión es que en el año 388 a.C., Platón instó a las autoridades para que todos los poetas y cuentacuentos fueran exiliados de la ciudad de Atenas. El conocimiento que no podía ser avalado por la razón se volvió repentinamente digno de sospecha y potencialmente peligroso. El saber racional se enfrentaba por primera vez al saber dramático, preparando el camino hacia la futura brecha entre ciencia y letras. 

La ciencia no es consciente de que se encuentra inserta en un mundo narrativo, y una revelación de este hecho la encontramos, irónicamente, en un discípulo de Platón. En su Poética, Aristóteles describe las partes en que se divide un drama. Comienza con un prólogo y se desarrolla a través de partes cíclicas que denomina párodos, episodios y estásimos, donde se alternan las actuaciones de los actores y el coro. La obra alcanza el climax y concluye con un éxodo. Si comparamos esta estructura con la de una investigación científica moderna, vemos que las similitudes son algo más que casuales. Se inicia planteando una cuestión que se desarrolla también en partes repetitivas mediante la hipótesis, los experimentos y los resultados. Una vez alcanzado el clímax del hallazgo significativo, se finaliza con la discusión de los resultados.

Las similitudes entre el desarrollo de un drama, según Aristóteles, y los de una investigación científica.

Este tipo de narrativa tiene su reflejo en el modo en que se comunica la investigación llevada a cabo. Si lo menciono como formato IMRAD, probablemente no les resulte familiar a muchos, pero si despiezo el acrónimo en Introduction (I), Methods (M), Results (R) And (A) Discussion (D), cualquier investigador habrá reconocido el esquema estándar de un artículo científico, ampliamente aceptado hoy en día.


La narrativa de la ciencia 


La gran invención del siglo XIX fue la invención del método de invención.

A. N. Whitehead


Desde la aparición de las primeras revistas científicas en 1665 (Journal des Savants, Philosophical Transactions of the Royal Society), los artículos tenían formato de carta en la que se describían los pasos dados en un experimento. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX que el estilo del artículo científico comenzó a cambiar. Al igual que Robert Koch estandarizaba en sus postulados el modo de identificar un agente infeccioso, Louis Pasteur establecía las bases del formato IMRAD en su manera de argumentar la teoría microbiana de la enfermedad. Ambos microbiólogos asentaron la piedra angular que convertiría la medicina en una auténtica ciencia: la reproducibilidad de resultados.

Pero esta nueva narrativa no se hizo eco en la comunidad científica. Hubo que esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial para que las revistas científicas insistieran en el uso del formato IMRAD pero por una razón más mundana: la avalancha de artículos exigía concisión por falta de espacio. A los científicos les costó lo suyo aceptar esta recomendación por lo que se deduce de la lenta adopción del formato IMRAD. Como se observa en la siguiente gráfica, sobre las cuatro principales revistas biomédicas, en 1950 solo escribían con el nuevo formato entre el 10 y el 20% de los autores. En 1960 el porcentaje estaba aún muy por debajo del 50%, y habría que llegar hasta los años 1975-80 para que la práctica totalidad de los científicos emplearan el formato IMRAD.

Evolución del porcentaje de artículos con formato IMRAD en las principales revistas biomédicas (British Medical Journal, Journal of  the American Medical Association, The Lancet, New England Journal of Medicine).


En los primeros años de adopción del IMRAD, recibió la crítica de muchos autores que lo consideraban demasiado rígido y que inhibiría el estilo personal del autor. Personalmente, me alegra que la adopción del IMRAD no se hubiera producido en épocas tan tempranas como para haber influido en la calidad literaria de los trabajos de Charles Darwin o Santiago Ramón y Cajal. Una de las críticas más duras al formato IMRAD llegó a mediados de la década de 1960 de la mano del Premio Nobel de Medicina Peter Medawar, que planteó la pregunta Is the scientific paper a fraud? En opinión de Medawar, el artículo científico en su forma ortodoxa encarna una concepción equivocada, incluso una parodia, de la naturaleza del pensamiento científico, heredada del propio Newton que decía en su Principia:
Todavía no he podido descubrir la razón de las propiedades de la gravedad a partir de las observaciones, y no voy a aventurar ninguna hipótesis. Pues todo lo que no se deduce de las observaciones debe llamarse hipótesis; y las hipótesis, ya sean metafísicas o físicas, o basadas en cualidades ocultas o mecánicas, no tienen cabida en la filosofía experimental.
Es decir, según Newton el descubrimiento científico comienza con una observación imparcial y libre de prejuicios, y a partir de esta evidencia sensorial se deducen unas conclusiones. Sin embargo, lo que determina qué será relevante y qué no lo será en dicha observación es formular previamente una pregunta, la hipótesis, esa interrogación exploratoria que Newton consideraba temerario plantear. Medawar identifica en el formato IMRAD una vergüenza inconfesable: el hecho de que las hipótesis no siempre aparecen en las mentes de los científicos desde la lógica o la deducción, sino a través de las imprevisibles sendas de la inspiración y la imaginación.

(continúa en la parte III)

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Fuentes:

- R. Olson, Houston, we have a narrative, The University of Chicago Press, 2015.

- J. Argüello, La música del mundo, Galaxia Gutenberg, 2011.

- R. A. Day, The origins of the scientific paper: the IMRAD format, Journal of American Medical Writers Association, 1989, 4(2), 16-18.

- L. B. Sollaci, M. G. Pereira, The introduction, methods, results, and discussion (IMRAD) structure: a fifty-year survey, J. Med. Libr. Assoc. 2004, 92(3), 364-371.

- P. B. Medawar, Is The Scientific Paper a Fraud? En David Edge (editor), Experiment: A Series of Scientific Case Histories First Broadcast in the BBC Third Programme, London: BBC, 1964.

Comentarios

  1. Muy buenas reflexiones, José Antonio. A la espera de la siguiente entrara. 😊

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  2. Muy buenas reflexiones, José Antonio. A la espera de la siguiente entrara. 😊

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    1. Me alegra que te parezca interesante, Cristina. La siguiente entrega ya se está haciendo a fuego lento, y podrás degustarla pronto.

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