Las mil y una noches de Tawaddud (I)

Cuentan que cuando el sultán Shahriar debía viajar lejos por asuntos de gobierno, añoraba enormemente las historias que le contaba su amada esposa Scheherezade. Ella debía quedarse para atender las tareas de palacio por lo que escogió personalmente a Tawaddud, una de las esclavas más versada en las ciencias, para acompañar al sultán como narradora. 

En cierta ocasión que hubieron de pasar noche en Basora, Tawaddud contó al sultán la historia del califa Harún al-Rashid, un soberano con tal avidez de conocimiento que todo aquel que le trajese algún libro que aún no formara parte de su biblioteca, sería recompensado con su peso en oro. Para albergar todas las obras que acumulaba, al-Rashid hizo construir Bait al-Hikmah, la Casa de la Sabiduría, donde un ejército de traductores trasladaba al árabe textos provenientes de todos los rincones del mundo. En esta labor, conocida como el Movimiento de Traducción, cada traductor podía ganar hasta 500 dinares de oro al mes, una fortuna que ningún artesano podría ver reunida en toda su vida. Pero entre los traductores, hubo uno que destacó por sus extraordinarias dotes y a quien el califa envió a Egipto para descifrar un lenguaje secreto. 

Tawaddud, bien aleccionada por Scheherezade, dio por concluido el relato en este punto para darle continuación a la noche siguiente. Su señor ya sabía que las súplicas para que prosiguiera con la historia serían inútiles. 



La historia de Ibn Wahshiyya 

La segunda noche en Basora, y con el equipaje preparado para marchar al amanecer, el sultán se dispuso a seguir escuchando a Tawaddud. Aquel traductor que viajó a Egipto por orden del califa se llamaba Abu Bakr ibn Wahshiyya, un erudito nabateo que estaba dispuesto a rescatar de las tinieblas los saberes alquímicos de los egipcios, sus técnicas más celosamente guardadas, para lo cual debía enfrentarse a una críptica lengua grabada en forma de jeroglíficos. Basándose en el lenguaje copto contemporáneo, consiguió descifrar un importante número de jeroglíficos egipcios que incluyó en su obra Kitab Shawq al-Mustaham.


Página de Kitab Shawq al-Mustaham (985) que muestra la traducción
al árabe de algunos jeroglíficos egipcios.


Desgraciadamente, los jeroglíficos no contenían los secretos que pretendía revelar Ibn Wahshiyya, pero la curiosidad insaciable de los eruditos no mermaría ni un ápice. Años más tarde, un sabio llamado Abu al-Hasan ibn al-Haytham hizo llegar al califa Huséin al-Hákim la propuesta de una construcción que evitara las inundaciones del Nilo y almacenara el agua de las lluvias. El califa, profundamente impresionado, le invitó inmediatamente a El Cairo. A su llegada, al-Haytham tuvo ocasión de contemplar las pirámides y quedó sobrecogido ante la destreza en ingeniería y geometría de los antiguos egipcios. “Si fuese posible controlar el Nilo, ellos lo habrían hecho antes”, pensó. Al comprobar con sus propios ojos la dimensión del proyecto, comprendió que era inabordable con los medios a su alcance. De nuevo ante el califa, confesó su incapacidad de llevar a cabo el plan previsto. Temiendo la ira del soberano, que ordenaría su ejecución sin dudarlo, ideó una estratagema con la esperanza de evitar las fatales consecuencias que se cernían sobre él.

Tawaddud guardó silencio y la luz de la Luna congeló la atención del sultán, que volvió a quedar en ascuas hasta la noche siguiente.


(continúa en la parte II)
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVMujerEnCiencia.

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