Las mil y una noches de Tawaddud (y III)

(viene de la parte II)

La historia de al-Tusi 

La invasión mongol obligó a huir a muchos eruditos en el declive del Imperio abasí, parte de los cuales encontraron refugio en Alamut, una fortaleza que les garantizó durante un tiempo una extensa biblioteca y buenas condiciones de trabajo. Sin embargo, una intensa campaña de los mongoles obligó a la fortaleza a capitular ante Hulagu Kan. Fue entonces cuando un astrónomo persa, Nasir al-Din al-Tusi, comenzó a jugar con habilidad sus cartas para salvar la vida de los sabios allí refugiados y la suya propia. 

Durante los días en que se parlamentaba la rendición con el jefe mongol, a al-Tusi no le pasó desapercibido su marcado carácter supersticioso de modo que, con gran audacia, hizo una propuesta a Hulagu Kan. Si autorizaba la construcción de un gran observatorio, le ofrecería predicciones mucho más precisas para sus campañas de las que nunca le habrían hecho sus astrólogos. Las dotes de persuasión del matemático causaron efecto en el nieto de Gengis Kan, que accedió a su petición.

Tawaddud compartió así con su señor un halo de esperanza. Incluso en momentos tan trágicos, con la destrucción inminente del Imperio abasí, la ciencia se abría paso. La ciudad de Maraghe, capital del nuevo ilkanato de Persia, fue el lugar elegido para ubicar el mayor observatorio que el mundo hubiera visto jamás. La construcción ocupaba un área de 150 metros de ancho y 350 metros de longitud, que incluía biblioteca, mezquita y alojamientos. 

Los restos del edificio principal del observatorio de Maraghe se conservan
protegidos bajo este domo.  Foto: Nassim Hosseini Shamchi


Uno de los edificios consistía en una cúpula que permitía el paso de los rayos solares mediante una rendija, para incidir en un sextante de metal de 10 metros de largo donde se medía la inclinación del Sol. 

En el observatorio de Maraghe, al-Tusi elaboró las Tablas Ilkánicas o Iljánicas, una colección de tablas astronómicas sobre los movimientos planetarios elaborada entre los años 1259 y 1272. No es en absoluto casual que las Tablas alfonsíes se elaboraran entre 1263 y 1272. El dominio de los mongoles favoreció la penetración del Islam en China, y se sabe que una hija de Alfonso X el Sabio se casó con Mongka Temür, el kan de la Horda de Oro. De esta manera, se realizaron observaciones coordinadas entre Toledo, Maraghe y Pekín, localizaciones que además tienen prácticamente la misma latitud, alrededor de 40º Norte. 

Esta coordinación de observaciones se revela en la asombrosa analogía de los datos al observar los eclipses de Luna del 24 de diciembre de 1265 y del 13 de diciembre de 1266, donde los astrónomos de Maraghe y Pekín consideran Toledo como origen de longitudes. Una notabilísima colaboración científica entre países que resultó en mediciones astronómicas de gran exactitud. Seguramente si Colón hubiese tenido acceso a los datos de estas tablas, no se habría aventurado al viaje que lo llevaría hasta las costas americanas. En su lugar, consideró el tamaño terrestre estimado por Ptolomeo, considerablemente más pequeño que el real, para decidir que era factible la ruta por el oeste hasta Catay. 

Paradójicamente, la causa de que el proyecto astronómico islámico hubiera de completarse en Europa a partir del trabajo de Copérnico, está relacionado con el invento que difundiría la palabra escrita por todo el continente: la imprenta de Gutenberg. Con la imprenta las ideas obtendrían mucha mayor difusión, pero en el mundo islámico la prohibición de producir libros impresos estuvo en vigor hasta comienzos del siglo XIX. El rechazo hacia la nueva tecnología fue una de las razones que desaventajó a la ciencia árabe. Europa aceptó la imprenta y la ciencia islámica al mismo tiempo. La suerte estaba echada para que la obra de Newton fuese publicada en Londres en lugar de en Bagdad.

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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVMujerEnCiencia.

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