El MOMA microbiano

Contenemos multitudes.
Huella microbiana que nos habita,
nutre, amenaza y protege.


Nos invaden desde que abandonamos el ambiente fetal. Recién nacidos somos un hábitat estéril que pronto sufre una colonización progresiva y permanente. El avance comienza por la piel para seguir por la bucofaringe hasta el aparato digestivo, donde las primeras bacterias en asentarse son las productoras de ácido láctico provenientes de la leche materna. Estas artesanas de la bioquímica consiguen liberar nutrientes de los alimentos que nos serían inaccesibles sin ellas. Producen vitaminas y descomponen toxinas. Nos protegen desplazando o aniquilando microbios patógenos y educan a nuestro sistema inmune. Cada uno de nosotros es una isla bullente con una población de billones de seres que conforma buena parte de nuestra vida e identidad. Pero la visión de una microbiota como un cosmos en simbiosis con nuestro organismo es relativamente reciente, pues desde que fuimos conscientes de la existencia de microorganismos no tardamos demasiado en declararlos hostiles a todos. Aunque en minoría, los más belicosos fueron los primeros en dar la cara.


Tu salud cotiza en bolsa
de la mano de un bróker microbiano.
Jekyll y Hyde procariota.


Toda nuestra filosofía, decía el erudito y divulgador Bernard de Fontenelle, está basada en dos cosas: que tengamos un espíritu curioso y la vista mala. Galileo fue el primero que quiso compensar nuestra falta de agudeza visual mejorando un juguete holandés, una fina caña dotada de un par de lentes que dirigió al firmamento. 64 años después, un comerciante de tejidos también neerlandés, observó en gotas de agua, en su propio esperma y en la placa dental pequeños “animálculos” de rápidos movimientos mediante un espejuelo de su invención, con el que revisaba la calidad de las telas y que perfeccionó.

Aunque las esferas celestes eran el dominio de unos dioses en ocasiones violentos y arbitrarios, no fue en este mundo supralunar, etéreo e incorruptible, en donde se centraron nuestros miedos, sino en ese reino imperceptible de animálculos con formas caprichosas. El rumor se desató a mediados del siglo XIX y obsesionó a los estudiosos: esas pequeñas criaturas podían estar detrás de muchas de las enfermedades más temibles.

“Cualquiera que tenga forma puede ser definido, y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido”, afirmaba Sun Bin, estratega militar que vivió en el siglo III a.C. Robert Koch, un humilde médico rural, hizo suya esta estrategia para ayudar a los ganaderos de la localidad de Wöllstein, cuyas reses estaban siendo diezmadas por el carbunco. Para ello, debía ofrecer a la bacteria sospechosa un hábitat donde se sintiera confiada, en el que prosperase y multiplicase sus fuerzas mientras era observada.

Realizó sus primeros cultivos sobre sustancias que debían reunir dos cualidades: ser estériles y ricas en nutrientes. Koch experimentó con la orina y con el líquido extraído de globos oculares de buey, gracias a lo cual protagonizó un acierto doble. Identificó al causante del carbunco, Bacillus anthracis, y descubrió su arma secreta, las esporas que empleaba como plan de retirada hasta que las condiciones para atacar volvían a ser propicias.

Solo quedaba un paso para rendirse a la evidencia. Koch inoculó el cultivo en un conejo sano y encomendó su cuidado a su hija de 9 años. La pequeña pronto observó que el peludo paciente dejaba de comer y se refugiaba en un rincón. Gertrud se convirtió, sin saberlo, en testigo de la primera vez que se podía relacionar a un microorganismo con la transmisión de una enfermedad.

Tras este éxito Koch se trasladó a Berlín, donde en la Oficina Imperial de Sanidad le esperaban un nuevo puesto y un grupo de colaboradores a su cargo. Estos pioneros buscarían nuevas propuestas habitacionales para el estudio de las bacterias y pondrían los cimientos de prácticos alojamientos para los microscópicos inquilinos.


Con variado interiorismo,
los huéspedes bacterianos habitan
coloridos pisos Petri.


El diseño de los hábitats debía cumplir con las necesidades de los más exigentes microorganismos. Fannie Hesse, una de las colaboradoras, propuso un ingrediente que utilizaba para hacer confituras, el agar, un gelificante exótico a base de algas que había conocido a través de unos amigos holandeses que vivían en Indonesia. El agar proporcionaba un soporte sólido e inerte que resistía el calor sin licuarse, que las bacterias no degradaban y sobre el que podían crecer para diferenciarlas y aislarlas con facilidad. Solucionado el contenido, había que pensar en el continente. La chispa creativa de Richard Petri, otro de los colaboradores de Koch, se materializó con el sencillo gesto de superponer dos placas de vidrio. Sobre una de ellas se dispondría el agar mientras que la otra servía de tapa para evitar contaminación del exterior. El medio de Frau Hesse y la placa de Petri, como se dieron a conocer por entonces, constituyeron el “piso piloto” para bacterias de toda clase y condición en busca de un albergue atractivo y confortable.

A partir de aquí, la variedad de residencias que se construyeron en los laboratorios del mundo estaba pensada para todas las exigencias y necesidades. Como vivienda básica, sin grandes pretensiones para cualquier clase de bacteria, la de agar nutritivo ofrece un ambiente luminoso de color pardo muy claro.



Hay alojamientos, sin embargo, totalmente prohibitivos para determinados colectivos. Las bacterias grampositivas no pueden vivir en los McConkey o los Levine aunque ya les gustaría. Cuando las gramnegativas estrenan un dúplex McConkey lo decoran con colores rosa y amarillo, según sean entusiastas o no de la lactosa. Sin embargo, al estilo del Café nocturno de Van Gogh, a Escherichia coli le encantan las franjas verde metálico sobre un intenso fondo anaranjado para vestir su agar Levine.















Los apartamentos asequibles para grampositivas son los agar PEA y los agar CNA, y a sus inquilinos les gusta poner su toque personal a la decoración base de tonos rojos y rosas. Tienen auténtica debilidad por los motivos de halos que imprimen por hemólisis, mediante la que degradan el pigmento sanguíneo.





















Dentro de la moda estreptocócica y las tendencias rojo sangre, el acabado alfa juega con las líneas de color verde París, el favorito de Cézanne, en contraste con el fondo rosa; el acabado beta busca una decoloración más intensa que consigue halos de tono blanquecino, mientras que el gamma, el menos intervencionista, respeta el tono liso original sin ningún añadido.



En línea con el gusto por los aires flamencos de Listeria monocytogenes, está disponible el exclusivo agar Palcam que admite la sofisticada decoración que caracteriza a esta grampositiva: motivos verde grisáceos con el centro negro y halos oscuros sobre fondo rojo.


La agitada vida social de
Pseudomonas aeruginosa la hace muy exigente con los colores de su residencia. Sobre un delicado fondo entre blanco y beige del agar cetrimida, Pseudomonas gusta superponer tonos verdes con un aura azulada, pero lo mejor se muestra cuando en alguna de sus fiestas sorprende a sus invitados con iluminación ultravioleta, que induce una fantasmagórica fluorescencia azul que se adueña del ambiente.















No podían faltar los distinguidos diseños pensados para las bacterias Campylobacter y Legionella, el agar CCDA y el BCYE. Con una elegante base negra al carbón activado, la primera gusta de un acabado colonial grisáceo, mientras que la segunda prefiere el contraste más marcado del blanco.















Para concluir esta exposición, una pequeña muestra del oculto MOMA (MicroOrganisms Modern Art), es necesario destacar las dispares preferencias que presentan en las decoraciones de sus alojamientos los hongos y las levaduras. Les parecen igual de acogedores acabados tan sobrios como el del agar PDA, con un tono liso amarillento, como el vistoso Rosa de Bengala que recuerda al violeta de las atmósferas de Monet. Las bacterias nunca se plantearían habitar estos medios, más ajustados al ornato y funcionalidad de inquilinos eucariotas. Desde el colectivo procariota, las bacterias alegan que la falta de gusto de los eucariotas y sus tendencias eclécticas tienen que ver con su propio origen, tan heterogéneo como sus discutibles preferencias estéticas.





















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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVsalud.

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